Tercer Domingo de Adviento Ciclo A
“La paciencia todo lo alcanza”, decía Santa Teresa, y añadía: “Solo Dios basta”.
TENGAN PACIENCIA
Esta es la verdad. Y… ¡por Dios! ¡Qué cuesta tener paciencia!
Este Tercer Domingo de Adviento, es el Apóstol Santiago quien, en pocas líneas nos habla tres veces, insistiendo y animándonos a tener paciencia porque ¡el Señor viene! Por otro lado, ya llevamos tres semanas escuchando trozos del profeta Isaías presentándonos imágenes de un mundo idílico soñado, deseado y esperado para un pueblo que está soportando tiempos de exilio tremendamente difíciles de sobrellevar.
Es en este contexto que la Liturgia nos ofrece un trozo del evangelio de San Mateo en el que se nos presenta al último profeta, Juan Bautista. Sí. Es el último y el único que tiene la oportunidad de ver y conocer al Deseado y Esperado de todas las naciones. Juan Bautista ve en Jesús al Mesías prometido, al descendiente del Rey David, al Ungido de Dios que deja oír su voz, “Este es mi Hijo muy amado”. Juan no sólo lo anuncia, sino que lo señala con el dedo y le da un nuevo “título”: “Este es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”.
Sabemos que tiempo después de la predicación de Juan Bautista junto al Jordán y del bautismo de Jesús, el rey Herodes hace tomar preso al profeta y lo encierra en una mazmorra donde puede recibir visitas. Desde allí envía a dos discípulos a preguntarle a Jesús si realmente es Él la persona tan esperada y anunciada o si habrá que esperar a otro. La respuesta de Jesús es contundente y la escuchamos en el Evangelio de hoy: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres”. Los tiempos mesiánicos anunciados por los profetas se estaban cumpliendo… sin embargo, leemos en el primer capítulo del Evangelio de San Juan: “Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron. 12 Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; 13 los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”.
Ésta es la dura realidad vigente hasta la actualidad. Jesús no sólo vino. Jesús viene y sigue viniendo. Jesús viene para nosotros, viene por nosotros, viene con nosotros y viene en nosotros… ¡y parece que no nos diéramos cuenta!
¿Sabemos reconocer la venida de Jesús en las cosas que nos suceden, en las personas que salen a nuestro encuentro, en las personas que nos necesitan? ¿Acaso no hay muchas ocasiones en las que Jesús quiere y puede actuar a través de nosotros? ¿Será posible?
Nos responde el Apóstol Santiago: “Tengan paciencia”. Lo refuerza Santa Teresa: “La paciencia todo lo alcanza”.
Pidámosle al Señor que nos ayude a abrir los ojos para que nos demos cuenta que su venida es real.