Homilías y Reflexiones

CAMPEONES DE LA HUMILDAD

Reflexiones sobre las lecturas bíblicas del 30° domingo ciclo C . Ecl.35; Ps.33; Tim.4; Lc 18

“En humildad no me gana nadie" -

CAMPEONES DE LA HUMILDAD

             “Si en algo me tengo que poner orgulloso es que he sido la persona más humilde”. “En humildad no me gana nadie”. El que lee o escucha estas frases, al menos se sonreirá, pensando: “¡Qué mentira más grande!”

            La verdad es que no hay nada más difícil que ser verdaderamente humilde… y mientras más nos esforzamos en alcanzar la humildad, parece que más lejos estamos. Ésta es la verdad.

            ¿Por qué será esto? Porque los esfuerzos humanos apuntan a logros humanos y éstos nos hacen sentirnos mejores, más satisfechos y - probablemente – más orgullosos… y tendremos la desfachatez de juzgar y condenar a los soberbios cuando nosotros somos más orgullosos que ellos.

            La primera lectura de este domingo (30° del Año Litúrgico) nos dice claramente que “la súplica del humilde atraviesa las nubes y no desiste hasta que el Altísimo interviene”. Pero, ¿cómo vamos a lograr que Dios escuche nuestras súplicas si no somos verdaderamente humildes? El salmo responsorial nos refriega: “El pobre invocó al Señor, y Él lo escuchó”. Justamente aquí está la respuesta. El verdaderamente pobre no tiene nada. Digamos mejor: “El verdaderamente pobre no es dueño de nada… y lo sabe”.

            En la parábola del Evangelio de este día, la parábola del fariseo y el publicano, Jesús nos presenta dos figuras: la del satisfecho porque se siente virtuoso y cumplidor y no le falta nada; el publicano, por el contrario, se reconoce pecador, se reconoce carente de la única y verdadera riqueza: la Gracia de Dios. A éste, sí: el Altísimo lo escucha.

            En la segunda lectura, vemos a San Pablo en sus últimos días. Él hace una mirada a lo que ha sido su vida y que en ella lo ha dado todo. Ahora, que no tiene nada, se pone en las manos de Dios… y confía.

            Reconozcamos nuestra pobreza y pongámonos en las manos de Dios.

            Hagámosle a Jesús esta sencilla petición:

            “Jesús, manso y HUMILDE de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo”