Homilías y Reflexiones

TODOS INVITADOS, PERO …

Homilía para el 21° domingo del Tiempo Litúrgico

Estoy invitado pero... ¿por dónde entro?

 

 

            Recordamos al Papa Francisco en una de sus afirmaciones más enfáticas: Jesucristo vino por TODOS; para TODOS trae la Salvación; TODOS estamos llamados a la santidad; vengan TODOS. Sin duda “TODOS” es una de las palabras más repetidas en sus alocuciones, discursos, entrevistas y documentos. En las lecturas de hoy, la mencionada palabra aparece nueve veces en diferentes contextos.

            Dios está misteriosamente en TODO el Universo y más allá de éste. Nos envuelve suavemente con su Amor, desea impregnarnos con su Gracia y espera que TODOS nosotros le abramos nuestro corazón para acogerlo. Él nos espera a TODOS porque en Él hay cabida para TODOS. Para que entendiéramos esta realidad y nos diéramos cuenta de su Verdad, intervino en nuestra historia, haciéndose uno de nosotros en la persona de Jesucristo, incorporándose en una raza, en una cultura y en un pueblo, pero abriéndose a todas las razas, culturas y pueblos. Es la labor que ha procurado continuar su Iglesia, nuestra Iglesia, en medio de nuestro mundo.

            En la primera lectura bíblica de hoy, el profeta Isaías, setecientos años antes de Jesús, anticipa el verdadero deseo de Dios: el que TODOS vengan a Él, representado en la Montaña Santa de Jerusalén. Para Isaías, la llamada de Dios no es exclusivamente para los israelitas. Dios los espera a TODOS, de los distintos pueblos, razas, naciones, culturas y lenguas. El salmo responsorial de hoy refleja las mismas ideas, expresadas en una misión destinada a TODO el mundo.

            Paradójicamente, el trozo del Evangelio de hoy parecería contradecir las ideas anteriores: Jesús habla de la “puerta estrecha”, por donde sería difícil pasar, de donde muchos no podrían entrar. El resultado práctico sería que muchos quedarían excluidos, o sea NO TODOS podrían entrar; la Salvación no sería para todos. ¿Cómo entender esta paradoja?

            Las ciudades antiguas estaban amuralladas. Sus puertas de acceso estaban debidamente custodiadas, cerradas por la noche y custodiadas por guardias armados. Los ciudadanos conocidos entraban y salían durante el día. Los guardias ya los conocían. Si algún viajero llegaba tarde, debía identificarse y si no lograba dar una buena explicación, debía quedarse afuera. De este contratiempo estaban eximidos los buenos ciudadanos: ellos sabían el secreto de la “puerta estrecha”, oculta entre matorrales en un lado poco frecuentado de las murallas. Por esas aberturas podían entrar en silencio y llegar a salvo a sus hogares, aunque fuera de noche y las grandes puertas estuvieran cerradas. Es cierto que por ser estrecha, pequeña y de difícil acceso, no les habría sido posible entrar con grandes bultos, cargamentos o animales pesados. Era forzoso venir “livianos de equipaje”.

            Dios quiere recibirnos a TODOS en su Santa Morada, la Jerusalén Celestial, que es mucho más que la Montaña Santa de Jerusalén. Es el Cielo, en la Vida Eterna.

            Para nosotros, los creyentes, la “puerta estrecha” es el propio Jesús quien nos garantiza el poder entrar, aunque sea de noche. Lo que importa es que le creamos a Jesús, que confiemos en Él, que escuchemos sus instrucciones y le pongamos empeño en cumplirlas. Él nos dice “ama a Dios sobre todas las cosas y ama a tu prójimo como a ti mismo”. Él nos dice “felices los pobres de espíritu, los que no vienen apegados a las cosas materiales, los mansos y los humildes, los puros de corazón, los sufridos, los misericordiosos”. Si hay cosas que tengamos que corregir o enmendar, el mismo Jesús nos ayudará a poner remedio.  Si somos fieles a estas sencillas enseñanzas de Jesús, Él mismo nos esperará en la “puerta estrecha” y nos hará pasar. TODOS los que recurramos a Él con espíritu humilde, sencillo y confiado, podemos estar seguros que alcanzaremos la meta.

            ¿Soy capaz de decir: “Jesús, en Ti confío; dime lo que tengo que hacer”?