Textos bíblicos: Eclesiastés 1; Salmo 89; Colosenses 3; Mateo 5 y Lucas 12.
¿Damos gracias a Dios por la vida que nos ha dado, por todas las cosas buenas que nos han ayudado a estar más cerca de Él? ¿Le pedimos que nada nos aparte de Él?
Los textos bíblicos de este domingo décimo octavo del año litúrgico nos ponen frente a las cosas materiales y su uso.
En el primero, del Antiguo Testamento, atribuido al sabio rey Salomón, hijo del rey David, el autor nos lleva al extremo de mirar todas las cosas de esta vida en la tierra como algo vacío, sin sentido: pura vanidad. Es curioso que lo haya dicho quien fuera considerado como el más sabio, más poderoso y más rico de todos los reyes de Israel.
Mil años más tarde, nuestro Maestro Jesús, descendiente de David y Salomón, aconseja a sus discípulos, y en la actualidad nos aconseja a nosotros que nos cuidemos de toda avaricia, porque “aún en medio de la abundancia, la vida de un nombre no está asegurada por sus riquezas”.
Unos treinta años más tarde, el apóstol San Pablo, fiel a las enseñanzas de Jesús, exhorta a sus fieles de Colosas que pongan su mirada más en los bienes celestiales que en los bienes materiales de esta tierra.
Nos saltamos mil quinientos años más y vemos cómo San Ignacio de Loyola entiende e interpreta los textos bíblicos de hoy. Lo escribe en su libro de los Ejercicios Espirituales. Lo transcribimos textualmente y después vemos cómo entenderlo hoy.
“PRINCIPIO Y FUNDAMENTO. El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma; y las otras cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es creado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse de ellas, cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados”
Veamos cómo entender este texto de San Ignacio que fue redactado hace quinientos años y tiene plena vigencia para nuestros tiempos:
1. Primero: somos creados, o sea, venimos de Dios y nuestro destino y finalidad es volvernos hacia Dios y llegar a Dios
2. Segundo: todas las cosas han sido creadas por Dios para que nosotros, los seres humanos, las utilicemos o administremos para alcanzar nuestra finalidad
3. Tercero: Nuestra actitud frente a todas las cosas es de plena libertad, o sea, no dejarnos arrastrar por ellas, sino que nosotros saber hacer uso de ellas tanto cuanto nos ayudan a alcanzar nuestra finalidad, que es llegar a Dios.
4. Cuarto: el concepto ignaciano de “hacernos indiferentes” no significa que las cosas no nos importan, sino que les damos la importancia que se merecen en cuanto nos ayudan a acercarnos a Dios… y nos apartamos de ellas en la medida que nos alejan de Dios.
Demos gracias a Dios por la vida que nos ha dado, por todas las cosas buenas que nos han ayudado a estar más cerca de Él y pidámosle que nada nos aparte de Él.