Homilías

¿TIENE SENTIDO?

Reflexión a partir de los textos litúrgicos del Sexto Domingo de Pascua 250525.

“¿Para qué estoy haciendo esto?†o “¿Por qué estoy aquí?â€

¿TIENE SENTIDO? - ¡TIENE SENTIDO!

 

Hechos 15; Salmo 66; Apocalipsis 21; Juan 14

 

Más de alguna vez nos ha sucedido que nos preguntemos: “¿Para qué estoy haciendo esto?” o “¿Por qué estoy aquí?” Puede suceder que no encontremos una respuesta y nos sintamos molestos, incómodos o verdaderamente conturbados. Esta sensación de “sinsentido” puede, incluso, llegar a hacernos daño.

 

Tengamos cuidado: El “sinsentido” es perjudicial. Por el contrario, preguntarse por el sentido a las cosas es sano, es propio de una inteligencia que está buscando la verdad y, cuando la encuentra, se apacigua y se alegra.

 

Hoy día, de las lecturas bíblicas que nos ofrece la Liturgia del Sexto Domingo del Tiempo Pascual podemos extraer hermosos párrafos, sabrosos y profundos. Bastaría con uno de ellos para meditar un rato y darle gracias a Dios, sin embargo, no quedaríamos satisfechos.

 

La segunda lectura, tomada del capítulo 21 del libro del Apocalipsis nos cuesta entenderlo y encontrarle sentido: esa ciudad santa resplandeciente, esas doce puertas, esos doce cimientos, ese Cordero que ilumina a toda la ciudad…

 

Primero, nos preguntamos quién escribió esto y a quiénes va dirigido. El autor es el Apóstol Juan o un discípulo muy cercano a Juan, el Evangelista, el mejor amigo de Jesús, plenamente imbuido del espíritu del Maestro. No olvidemos que los Apóstoles eran auténticos israelitas pero que salieron de las tierras de Israel, ampliando su radio de acción en territorios paganos parte del imperio romano. De los primeros lectores del Apocalipsis, algunos eran de origen judío y otros de origen pagano pero que constituían esas primeras comunidades cristianas surgidas en lo que ahora conocemos como Turquía. También Siria, Grecia y aún Roma.

 

Para todo judío, por lejos que residiera de Israel, el mayor deseo era poder viajar algún día, subir y ver su ciudad santa de Jerusalén, entrar en su Templo y allí adorar a Dios. El Apocalipsis presenta a esos judíos algo nuevo: una ciudad santa rica, gloriosa y resplandeciente que baja del cielo y viene de Dios. Es la Jerusalén celestial. Sus doce puertas llevan el nombre de las doce tribus de Israel. ¿Qué quiere decir esto? Que a esta nueva Jerusalén tienen entrada los israelitas portadores de mil doscientos años de tradición. Así, lo nuevo tiene sus raíces en lo antiguo. Son más de un milenio de historia del pueblo judío que están desembocando en este mundo nuevo. Estas nacientes y nuevas comunidades cristianas de antiguos judíos y antiguos paganos se incorporan en una nueva Jerusalén cuyos cimientos son los doce Apóstoles y la roca de Pedro. Ésta es la Iglesia, la Iglesia de los Apóstoles, Iglesia de dos milenios, cuerpo místico cuya cabeza es Jesucristo, el Cordero de Dios y su Vicario, el Papa León.

 

¿Qué sentido tiene, entonces, este texto del Apocalipsis? Que, para todos, sea cual sea nuestro origen, provengamos de donde provengamos, quien le da sentido a nuestra existencia es Jesús. Así se entiende también el largo texto de los Hechos de los Apóstoles de la primera lectura. Así se entiende el salmo responsorial que no limita la alabanza de Dios al pueblo judío, sino que la extiende a todas las naciones.

 

Finalmente, el texto del Evangelio de hoy, también de San Juan, centra nuestra atención en la persona de Jesús, estrechamente unido al Padre en el Espíritu Santo. Una vez más, es el AMOR lo más importante: de nosotros a Él; del Padre a nosotros.

 

Cerremos nuestros ojos y abramos nuestro corazón a Jesús, pidámosle que sea nuestra Luz, dándole sentido a nuestra existencia.

 

¿Tiene sentido lo que hemos leído y escuchado?

 

 

 

 

 

 


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