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Homilías

VOCACIÓN

Homilía del Segundo Domingo P.A. D 240114

Ojalá todos nosotros tengamos la oportunidad de encontrarnos con personas que merecen nuestra admiración y podamos decir: “Esa persona tiene vocaciónâ€.

 Espero que todos podamos decirlo más de una vez.

Lo hemos encontrado en doctores que, sin fijarse en el dinero que vale la consulta, atienden a sus pacientes sin mirar el reloj, les ponen atención, preguntándoles con amabilidad, escuchando sus dolencias con interés y – por supuesto – haciendo un buen diagnóstico y recetando los medicamentos adecuados.  

Lo hemos visto en buenos profesores que no sólo preparan bien sus clases y exponen las materias con claridad, sino que se preocupan que sus alumnos las entiendan y puedan sacar provecho de ellas. Además, se preocupan que sus discípulos estén bien como personas y como grupo. Entonces decimos: “Este profesor es un verdadero maestro. Se ve que tiene vocación”.  

También lo podemos encontrar en un buen cocinero que sabe buscar los materiales adecuados, darse el tiempo necesario para prepararlos, disfruta pensando en lo que va a ofrecer a sus clientes y en el gusto que van a tener. Ama su cocina, pone amor en su trabajo y sale de la cocina para ver las caras alegres de los comensales. Al verlo decimos: “Éste es un verdadero chef. Tiene vocación”.

Podríamos seguir poniendo ejemplos porque el “tener vocación” es una posibilidad al alcance de todos y los que la descubren y la viven, son verdaderamente felices.

¿Qué es, pues, la vocación? La VOCACIÓN es una LLAMADA. ¿Quién llama? Para nosotros, los creyentes, el que llama es Dios. Él nos ama y nos quiere felices. Él nos hizo humanos, en un mundo de seres humanos, a todos distintos. Nos creó inteligentes y libres, y nos invita a recorrer humanamente, con los demás humanos, el camino hacia la felicidad.

¿A qué nos llama Dios? A lo primero que nos llama es a ser humanos. Ésta es la primera vocación, primera llamada, tanto para los creyentes como para quienes no conocen a Dios.

Todos estamos llamados a ser humanos, por lo tanto, no sólo comer y dormir, sino usar nuestra inteligencia y voluntad. Pues bien, miremos a nuestro alrededor, al mundo que nos rodea y hagámonos una primera pregunta: 1. “¿Qué veo que se necesita más o que hace más falta en estos momentos a mi alrededor?” Luego, tomo conciencia de mis condiciones personales y me pregunto: 2. “¿Para qué sirvo o cuáles son mis cualidades personales?” y las combino con esta otra pregunta: 3. “¿Dónde creo que voy a ser más feliz?”

Así pues, usando mi inteligencia, voy descubriendo mi vocación.

Veamos, ahora, qué nos dice la Biblia al respecto. Se trata de las lecturas bíblicas del “Segundo Domingo del Tiempo Ordinario”.

En un trozo del Antiguo Testamento, del Libro de Samuel, vemos la vocación del niño Samuel. En sueños, este niño escucha una voz que lo llama. Se levanta y va a preguntarle al sacerdote Leví para qué lo llama. El sacerdote le dice que no lo ha llamado. Esto sucede tres veces. Entonces el sacerdote se da cuenta que es Dios quien está llamando al niño y le aconseja que responda: “Habla, Señor, porque tu servidor escucha”.  Se trata de la vocación de alguien que desempeñará la misión de profeta en el pueblo de Israel.

En el trozo del Evangelio se nos presentan tres vocaciones por “inducción”.  San Juan Bautista señala a Jesús como el “Cordero de Dios” e induce a dos discípulos (Juan Evangelista y Andrés) para que lo sigan. Este Juan es el que escribirá el Evangelio y Andrés el que “inducirá” a su hermano Simón, quien recibirá de Jesús el nombre de Pedro.

En todos estos casos, el que llama es Dios, ya sea por un sueño, ya sea por una “inducción” o consejo. Tanto el niño Samuel como los pescadores Andrés, Juan o Simón Pedro, todos fueron llamados por Dios, pero de distinta manera.

En la segunda lectura bíblica de este día, Dios llama a una vida y conducta cristiana a los fieles de la ciudad de Corinto a través del Apóstol San Pablo. Se trata de una vocación a un estilo de vida que implica relaciones humanas de pureza, amor y respeto.

Terminemos esta reflexión mirando nuestro caso concreto. Es posible que hayamos tomado decisiones de vida con verdadera vocación y que allí hayamos ido encontrando verdadera felicidad. Démosle gracias a Dios. Es posible, también, que hayamos vivido sin haber pensado nunca “qué ha querido Dios de mí o qué quiere ahora Dios de mí”. Hagamos la prueba y veremos que el Señor nos va a llenar de paz, preámbulo de felicidad. No dejemos pasar la hermosa frase del Salmo de hoy: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.


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EL CRISTO DE LOS RACIMOS

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Meditación sobre un cuadro colonial que admiramos en la iglesita de Toconao, en el Altiplano de la Segunda Región