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Homilías

ASTRONOMIA

EPIFANÍA DEL SEÑOR

ASTRONOMÍA Mirar el cielo estrellado en una noche sin luna, es una experiencia maravillosa. Ojalá podamos alejarnos de la iluminación artificial. Más maravilloso aún es si tenemos la oportunidad de estar en el desierto nortino.

Mirar el cielo estrellado en una noche sin luna, es una experiencia maravillosa. Ojalá podamos alejarnos de la iluminación artificial. Más maravilloso aún es si tenemos la oportunidad de estar en el desierto nortino. Esta experiencia en la soledad de la Naturaleza despierta en nosotros admiración, éxtasis o asombro, nos abre a la trascendencia, al más allá, con un deseo de conocer más y más. Es tanto el interés, que algunos se sienten movidos a dedicar sus vidas al estudio de los astros, una ciencia, la ASTRONOMÍA. 

 

Desde los tiempos más antiguos han existido los astrónomos. Muchos de ellos no se contentaron con observar las estrellas y ponerles nombres a las constelaciones sino también calcular sus movimientos y sacar algunas conclusiones científicas, dándoles, también, un sentido religioso.

 

Esto es lo que sucedió a esos sabios de Oriente que nos cuenta el Evangelio de San Mateo, en la fiesta litúrgica de la Epifanía del Señor. Son hombres estudiosos. Buscan el conocimiento más allá de lo que observan sus ojos en el cielo estrellado. Movidos, sin duda, por un Espíritu desconocido, se dejan guiar por una estrella que los lleva a encontrar a un Dios que es Rey, escondido en un Niño que nació en un establo.

¡Qué tremendo misterio! En la sencillez de una familia humilde, están descubriendo a Dios y le ofrecen como homenaje el incienso. En esta pobreza descubren al Rey y le ofrecen oro como tributo. En este tierno niño que empieza la vida, están viendo al hombre que un día tendrá que morir. Por eso le presentan la mirra con que se unge a los difuntos.

Estos sabios astrónomos de un Oriente lejano descubrieron a Dios y volvieron a su tierra. La Biblia no nos dice nada más, pero la Tradición ha querido completar la historia, incluso dándoles un nombre: Melchor, Gaspar y Baltasar. También la Leyenda nos cuenta que uno de los Apóstoles (Tomás), después de la Ascensión del Señor, se fue a evangelizar al Oriente y allá los bautizó. También se nos cuenta que, en el Siglo Cuarto, por iniciativa de Santa Elena, madre del Emperador Constantino, sus reliquias fueron llevadas a Milán y siglos más tarde trasladadas a la Catedral de Colonia, Alemania, donde actualmente se veneran. Pero, ¿es esto lo más importante? No.

Lo que más nos importa es que POR LA CIENCIA ENCONTRARON A DIOS y A DIOS LO DESCUBRIERON EN UN NIÑO PEQUEÑO Y HUMILDE.

 

En nuestros tiempos, la Astronomía sigue siendo una ciencia que atrae la atención, incluso a personas que carecen de un sencillo telescopio. Para nosotros, los chilenos, con un poco de esfuerzo se puede llegar a nuestro desierto nortino donde se han instalado telescopios gigantes de importancia mundial. Pero incluso usted, desde su computador, basta con escribir  webbtelescope.org y tendrá la oportunidad de ver las nuevas galaxias que se van descubriendo cada día. Podrá maravillarse durante horas y gozar de una belleza que jamás se había imaginado.

A esto ha llegado la ciencia de la Astronomía.

Al tratar este tema en el contexto de la Liturgia de la Epifanía, nos preguntamos si este tema científico puede llevarnos a la Fe. Las grandes preguntas que debemos hacernos son:

  1. ¿Estamos abiertos al conocimiento de la Naturaleza, asombrándonos con las maravillas de la Creación, gozando de su belleza, cuidándola con amor?
  2. ¿Nos damos el tiempo para buscar a Dios en todo lo bueno y bello que nos rodea, en lo pequeño o en lo grande, con el microscopio o con el telescopio, en la célula o en el Universo?
  3. ¿Hemos caído en la cuenta que ese Dios del Universo, ese Dios Inmenso, Eterno e Infinito quiso hacerse PEQUEÑO, en ese Niño de Belén que hemos recordado y venerado en Navidad, en ese Jesús de Nazaret, que murió y resucitó por nosotros y que nos dejó un simple encargo: “Ama a Dios y ama a tu prójimo”?

 

 

 

 

 


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