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Homilías

30 DE ABRIL: DOMINGO TERCERO DE PASCUA

¡QUÉDATE CON NOSOTROS!

Celebramos el tercer domingo de Pascua con la aparición de Jesús resucitado a los dos discípulos de Emaús. Iban tristes y desconsolados, pero Jesús les revela su “misterio pascual†durante el camino, escuchando sus quejas, explicándoles las Escrituras acerca de su pasión, dándoseles en la Cena al partir el Pan y volviéndoles a la Comunidad de los Apóstoles en Jerusalén.

 Podemos, pues, decir que encontraremos a Jesús resucitado en tres sitios, a saber: la Sagrada Escritura o Biblia, la Eucaristía y la Comunidad de los fieles.
 
-    La BIBLIA: donde Dios nos habla...
-    La EUCARISTÍA: donde Jesús nos alimenta y hace crísticos en nuestro 
pensar, hablar, obrar, servir y amar...
-    La COMUNIDAD: como los de Emaús, acudiendo a donde están todos, 
compartiendo la alegría de la fe...

  La pimera lectura de los Hechos de los Apóstoles, es la palabra bíblica que nos dice que: Jesús “el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros y signos y prodigios que conocéis”...

  La segunda lectura de la primera carta de S. Pedro recondándonos que “ya sabéis con qué os rescataron...no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo”...

  Y el evangelio nos narra ese encuentro de Jesús resucitado con los dos discípulos que van a la aldea de Emaús, como huyendo de Jerusalén...Ahí se da en total: iluminando las Escrituras, dándose en la Eucaristía, e incitándoles así a volver a unirse a la Comunidad de Jerusalén.

  El santo Papa Juan Pablo II en su carta apostólica “Mane nobiscum, Domine” (n. 19) lo explica muy bien. Dice:

  “Cuando los discípulos de Emaús le pidieron que se quedara con ellos, Jesús contestó con un don mucho mayor. Mediante el sacramento de la Eucaristía encontró el modo de quedarse con ellos. Recibir la Eucaristía es entrar en profunda comunión con Jesús. Permaneced en mí, y yo en vosotros. 
Esta relación de íntima y recíproca “permanencia” nos permite anticipar en cierto modo el cielo en la tierra. ¿No es quizás este el mayor anhelo del hombre? ¿No es esto lo que Dios se ha propuesto al realizar en la historia su designio de salvación? Él ha puesto en el corazón del hombre el hambre de su Palabra, un hambre que solo se satisfará en la plena unión con él. Se nos da la comunión eucarística para saciarnos de Dios en esta tierra, a la espera de la plena satisfacción en el cielo.

  Pero la especial intimidad que se da en la comunión eucarística no puede comprenderse adecuadamente ni experimentarse plenamente fuera de la comunión eclesial. La Iglesia es el cuerpo de Cristo. Caminamos con Cristo en la medida en que estamos en relación con su cuerpo. Para crear y fomentar esta unidad, Cristo envía el Espíritu Santo. Y él mismo la promueve mediante su presencia eucarística. En efecto, es precisamente el único Pan eucarístico el que nos hace un solo cuerpo. El apóstol Pablo lo afirma: Un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan”. 

  Termino con la poesía de Víctor Manuel Arbeloa (nacido en Navarra en 1936) titulada:

                      QUÉDATE, SEÑOR

  Quédate, Señor
que se hace ya tarde,
que el camino es largo
y el cansancio es grande. 

  Quédate a decirnos
tus vivas palabras
que aquietan la mente
y encienden el alma. 
  Quédate, Señor
que se hace ya tarde,
que el camino es largo
y el cansancio es grande.

  Pártenos el pan
de tu compañía,
ábrenos los ojos
de la fe dormida.

  Quédate, Señor
que se hace ya tarde,
que el camino es largo
y el cansancio es grande.                      j.v.c. 


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