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Homilías

23 DE ABRIL: DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA

“EL AMOR ES MI MANO PARA TOCAR A CRISTOâ€

Una ortodoxa ha dicho: “Mi fe es mi mano para tocar a Diosâ€. Hoy, nosotros podemos cambiar esa profunda frase por la del título de esta homilía: “El amor es mi mano para tocar a Jesucristo resucitadoâ€. Y estas frases nacen del evangelio, cuando Tomás dice que si no toca las heridas de los clavos en las manos de Jesús y mete su mano en el costado abierto, no creerá...

   

  Una ortodoxa ha dicho: “Mi fe es mi mano para tocar a Dios”. Hoy, nosotros podemos cambiar esa profunda frase por la del título de esta homilía: “El amor es mi mano para tocar a Jesucristo resucitado”. Y estas frases nacen del evangelio, cuando Tomás dice que si no toca las heridas de los clavos en las manos de Jesús y mete su mano en el costado abierto, no creerá...

 

  Este domingo segundo de Pascua se centra en el Evangelio, cuando Jesús se aparece a los apóstoles reunidos en el Cenáculo, ausente Tomás, y les concede esos 4 dones de su Resurrección, a saber: Paz, Alegría, Misión apostólica y Perdón para los pecados de todos.

 

  En la primera lectura, del libro de los Hechos de los Apóstoles se nos dice que “los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común...que celebraban la fracción del pan (la Eucaristía) en las casas”...

 

  En la segunda lectura, de la primera carta de Pedro, él nos dice: “nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva...Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco en pruebas diversas...No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado”...

 

  Y con esta preparación llegamos al foco del evangelio: Tomás que dice que si no ve, no cree...Está en contra de la fe en el “testimonio” de los demás...Y nuestra fe se basa en ese testimonio de la Iglesia primitiva, de los Apóstoles, por lo cual Pablo en otra carta dice que “la fe entra por los oídos”...Hoy se nos pide “amar lo invisible”...dar el salto de la fe y del amor, lo cual solamente lo podemos hacer los seres humanos. Hay una belleza y profundidad tremendas en ese salto de la fe. Siempre me acuerdo de que estando en Inglaterra escuché por t.v. un debate histórico entre el ateo Bertran Russell y el jesuíta P. Copleston, en el cual debate cuando Russell dijo: “Si al morir me encuentro con Dios le diré que no creí porque había pocos signos para ello”, el P. Copleston le contestó: “Pues yo le diré que he creído porque había pocos signos ”... Preciosa respuesta. Está insinuando todo lo dicho: el salto de fe y amor en Jesucristo histórico, el amor en lo invisible, el fiarse de los demás compañeros verídicos, etc”.

 

  Y cuando Tomás recibe la respuesta de Jesús resucitado: “Anda toca las heridas en mis manos y mete tu mano en mi costado”, cae de rodillas, comprende su ceguedad y testarudez, su falta de camaradería con los demás, la falta de dar “el salto de la fe”, y exclama: “Señor mío, y Dios mío”...

 

  Jesús subraya la belleza y profundidad del salto de fe diciendo: “Dichosos los que crean sin haber visto ”...

 

 El santo Papa Juan Pablo II, en su Carta Apostólica “Dies Domini” (n.29) escribió: “El domingo es por excelencia el día de la fe. En él el Espíritu

Santo, “memoria” viva de la Iglesia, hace de la primera manifestación del Resucitado un acontecimiento que se renueva en el “hoy” de cada discípulo de Cristo. Ante él, en la asamblea dominical, los creyentes se sienten interpelados como el apóstol Tomás: Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente. Sí, el domingo es el día de la fe. Lo subraya el hecho de que la liturgia eucarística dominical, así como la de las solemnidades litúrgicas, prevé la profesión de fe. El “Credo”, recitado o cantado, pone de relieve el carácter bautismal y pascual del domingo, haciendo del mismo el día en el que, por un título especial, el bautizado renueva su adhesión a Cristo y a su Evangelio con la vivificada conciencia de las promesas bautismales. Acogiendo la Palabra y recibiendo el Cuerpo del Señor, contempla a Jesús resucitado, presente en los “santos signos”, y confiesa con el apóstol Tomás: Señor mío y Dios mío”.

 

  Resumiendo, hoy se reciben los “efectos del misterio pascual”. Se pasa:

  • De la tristeza a la alegría.
  • De la duda a la seguridad.
  • De la oscuridad a a luz.
  • De la desesperación a la esperanza.
  • Del quedarse escondido al salir a trabajar por la comunidad.
  • De la debilidad a la fortaleza.
  • Y una gran paz va a inundar a quienes Jesús se les aparece.

Quiero concluir con el soneto del poeta valenciano Bartolomé Lloréns

(1922-1946) titulado:

 

 ¡QUÉ INMENSA, NEGRA NOCHE DESOLADA!

 

  ¡Qué inmensa, negra noche desolada,

sus tinieblas de espanto y de amargura

su frío desamor, su sombra impura,

descendió sobre mi alma abandonada!

 

  ¡Qué triste corazón sin tu mirada,

sin tu luz, mi Señor, sin tu ventura!

¡Qué muerte sin tu amor! ¡Qué desventura

sentir mi sequedad, mi amarga nada!

 

  En la noche, es la sombra, el no verte,

Señor, en la ceguera del pecado

la más amarga, cruel, trágica muerte...

 

  Te tuve en mis entrañas sepuldado

tanto tiempo, Señor, sin conocerte...

¡Mas nuevamente en mí has resucitado!

 

  Como si este soneto lo recitara el apóstol Tomás y nosotros con él...

 

  j.v.c.

 


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