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Homilías

EL BANQUETE

DOMINGO 15 DE OCTUBRE DE 2023

¡Qué apetitosos son los trozos bíblicos que nos ofrece la Liturgia de este 28º domingo del año! Se resumen en una frase: “El banquete de fiestaâ€

En la primera lectura, es el Profeta Isaías quien anima a un pueblo desanimado en su destierro. Los anima en la ESPERANZA de una salvación, de un retorno a la “montaña”, aludiendo veladamente tanto a Jerusalén como al Sinaí donde fueron testigos de la Antigua Alianza. En ese retorno, habrá gran fiesta, gran celebración, abundantes y deliciosas comidas. ¡Es el reencuentro de Dios con su pueblo! ¡Y Dios es el que paga por la fiesta!

En el trozo evangélico, Jesús utiliza la parábola del Banquete para hacernos comprender que Dios nos está invitando a todos, desea agasajarnos a todos y se duele cuando algunos desaprovechamos su invitación. También Jesús quiere darnos a entender que acudir a la invitación implica una “buena disposición”: ¿Adónde voy… a qué voy? Voy a encontrarme con el Señor; voy a encontrarme con gente que yo no conocía, pero, igual que yo, fue invitada por el Señor en una fiesta fraternal.

Hay algo más en el trozo evangélico que estamos comentando. La fiesta no es como cualquiera: es una fiesta de bodas… las bodas de su Hijo. En esta celebración, Dios no se fija en quiénes llegaron primero y quiénes llegaron después: Son simplemente los amigos de su Hijo y, por lo tanto, son sus hijos… eso sí: que vengan “bien dispuestos”

En el Salmo responsorial que nosotros hemos cantado tantas veces, el poeta destaca que es el Señor quien nos prepara la mesa con una “copa desbordante”. ¿Qué significa esto? Es la copa de la alegría y de la fraternidad. San Pablo, en la segunda lectura, hace referencia a “Aquél que nos reconforta”.

¿Cómo podemos entender hoy, en el siglo XXI, estos trozos bíblicos que nos ofrece la Iglesia este domingo 28º del año litúrgico?

A primera vista, parece obvio que los cuatro textos los vemos reflejados en la Eucaristía. Los que creemos en Jesús, aunque no nos hayamos conocido entre nosotros, somos más que amigos: somos sus hermanos. Él quiere que su Padre nos invite a todos a su fiesta. El Espíritu Santo es quien se encarga de “repartirnos las invitaciones”. En esta fiesta, todos estamos invitados a participar activamente. Por cierto, el que paga los gastos principales es el Padre… pero todos tenemos que poner de nuestra parte. ¡A ver! ¿Cómo? Veamos:

Dios Padre pone de su parte: La Naturaleza, la tierra, el sol, la lluvia, el trigo, las uvas. Nosotros ponemos de nuestra parte: nuestras vidas, nuestros trabajos, nuestras penas y alegrías, nuestro pan y nuestro vino. El Espíritu Santo pone de su parte, además de repartir las invitaciones, Él se derrama sobre las ofrendas de pan y vino, haciéndolas el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. ¿Y Jesús? Además de estar celebrando su Boda con la Iglesia, Él pronuncia las palabras de la Consagración, haciendo que el pan y el vino que nosotros presentamos sean su Cuerpo y su Sangre. De esta misteriosa manera, Jesús nos incorpora a su Misterio Pascual, haciéndonos participar de su Muerte y Resurrección. Nosotros, al comulgar, nos estamos uniendo íntima y sacramentalmente a Jesús, muerto y resucitado por nosotros. Es el Sacramento de nuestra Fe.

Cada uno de nosotros está invitado personalmente al BANQUETE EUCARÍSTICO, estemos donde estemos. Al unirnos con Cristo en la Eucaristía, estamos uniéndonos realmente a todos los creyentes, hablen el idioma que hablen, sean del país que sean. Estamos en COMUNIÓN. Esto lo vivimos tangiblemente al acudir a la Misa dominical, con la desafiante misión de prolongarlo a nuestra rutina diaria.

Vale la pena que nos preguntemos si estamos prolongando esa COMUNIÓN con la gente que nos vamos encontrando día a día, tanto a nivel personal como grupal.

Ignacio Albano

 


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