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Homilías

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE MARÃA

Homilía del P. Juan Vicente Catret SJ, desde Tokyo, el 15 de Agosto 2021

La civilización actual se caracteriza por su tendencia materialista: corporal y temporal.

La civilización actual se caracteriza por su tendencia materialista: corporal y temporal. Pero tropieza con el paredón de la muerte, y no sabe qué hacer porque no quiere pensar en el más allá. El cristianismo es una civilización humana: histórica y temporal. Pero además es espiritual y eterna. Por eso no tiene miedo a la muerte, porque cuenta con la vida eterna. La fiesta de la Asunción de María nos invita a felicitar a nuestra Madre y a pensar en nuestro destino.

 Esta fiesta nos invita a mirar hacia “el pasado-presente” y a la vez hacia “el futuro”. Hacia el pasado porque nos recuerda que todos, incluida la Virgen, moriremos un día y hacia al futuro porque creemos en la resurrección de los muertos.

El cristianismo es la religión del cuerpo y el alma. En primer lugar, de lo corporal, porque se basa en el dogma de la encarnación del Hijo de Dios, en el enamoramiento del cuerpo humano por parte del Dios Espíritu. Pero hay otro aspecto importante que hace del cristianismo la religión de los cuerpos. Y es la preocupación de Jesús por los males corporales a lo largo de su vida pública. Los milagros de Jesús fueron: dar de comer a los hambrientos, dar salud a los cuerpos enfermos, resucitar cuerpos muertos.

El cristianismo es también la religión del cuerpo por otro motivo. Sus sacramentos parten siempre de la materia. El agua del bautismo que nos lava, significando el lavatorio del alma. El cuerpo de Cristo en la Eucaristía, que alimenta nuestro espíritu en forma de comida corporal. La unción de los enfermos con aceite, que perdona nuestros pecados.

Pero sobre todo el cristianismo es la religión de lo corporal porque nos promete la perpetuación de nuestro cuerpo para toda la eternidad. La resurrección significa la sublimación en la gloria de ese mismo cuerpo que aquí en el tiempo y en la tierra ha tejido sus gozos y sus sombras, sus trabajos y descansos, la belleza de su niñez y juventud y la decrepitud de su vejez, las alegrías de las horas felices y las horas tristes del dolor. 

La Asunción de María nos recuerda la grandeza y el respeto sagrado que es debido al cuerpo humano. Degradar, embrutecer, violentar, torturar, despreciar, “cosificar”, deshonrar el cuerpo, significa negarle aquella gloria a la que está destinado, ofender y tocar sacrílegamente a Dios en aquel espacio secreto, íntimo, inviolable en el que ha puesto la propia morada en el hombre.

La Asunción de María es la primicia, después de la Ascensión de Jesús, de ese triunfo del cuerpo humano. En ella fue el premio a su maternidad corporal libremente ofrecida a Dios. La glorificación del cuerpo de María, que gestó, alimentó y cuidó el cuerpo de Jesús en Belén y en Nazaret. La Asunción es la perpetuación de las manos, los ojos, los pies de la mujer que puso incondicionalmente todo su cuerpo al servicio de la encarnación de Dios. En ella fue el premio a su maternidad corporal libremente ofrecida a Dios. 

 Pero la Asunción es también el triunfo del alma de María, no sólo de su cuerpo, porque fue su alma la que dijo sí al Señor, la que puso a su disposición el cuerpo de su esclava para la encarnación de su Hijo. La Asunción de María es el premio al alma de María, dándole la posesión del Bien, la Verdad y la Belleza infinita, del Dios que alegra eternamente su espíritu.

La Asunción de María es también el triunfo de “la esperanza”, que este misterio encierra para todos los miembros del cuerpo místico de Cristo. Podemos esperar la victoria eterna de nuestra alma, porque la maternidad espiritual de María nos promete su intercesión en orden a salvarnos. Ella tiene que pedir sin cesar a Dios la gracia de reunirse con nosotros, sus hijos, en el cielo.

Termino con un soneto de Góngora (1561-1627) titulado:

VESTIDA DE SOL

Si ociosa no asistió naturaleza,
admirada a la tuya ¡oh gran Señora!
concepción limpia, donde ciega ignora,
lo que muda admira de tu pureza.

Dígalo, ¡oh Virgen!, la mayor belleza
de día, cuya luz tu manto dura,
la que calzas nocturna brilladora,
los que ciñen carbunclos tu cabeza.

Pura la Iglesia, ya pura te llama
la escuela, y todo pío afecto sabio, 
cultas en tu favor da plumas bellas.

¿Qué mucho, pues, si aún hoy sellado el labio,
si la naturaleza aún hoy te aclama,
Virgen pura, si el sol, lunas y estrellas?


En breve

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¿YO… PAN?

EN LA NOCHE DE LA CENA DEL SEÑOR

Vamos a imaginar una curiosa entrevista. Vamos a entrevistar a un grano de trigo. “¿Usted se va a convertir en pan? "