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Homilías

EN BÚSQUEDA DEL BUEN PASTOR

homilía del padre Juan Vicente Catret S.J.

La liturgia de la Palabra de este domingo nos presenta a Jesús como el “buen pastor†al que buscan las ovejas, es decir los hombres que le rodeaban y que oían sus palabras y veían sus milagros. Ya en la primera lectura Jeremías profetizó que vendrían tiempos en que el mismo Dios se convertiría en el “buen Pastor†con las siguientes palabras: “Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas, de todos los países adonde los expulsé, y las volveré a traer a sus dehesas, para que crezcan y se multipliquenâ€.

En la segunda lectura San Pablo indirectamente viene a decir lo mismo cuando en su carta a los Efesios les dice: “Hermanos, ahora estáis en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos”.
  Y en el evangelio de San Marcos, el mismo Jesús “vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”.
  Estas palabras nos recuerdan el salmo 23 que dice: “El Señor es mi pastor, nada me falta. Por prados de fresca hierba me apacienta; hacia las aguas de reposo me conduce, y conforta mi alma”... 
  Jesús se nos presenta como pastor y pasto a la vez. ¿Cómo? Por la Eucaristía. La mesa con el pan de su cuerpo y el cáliz con el vino de su sangre. Haciéndose alimento espiritual de los hombres, nos facilita el amar y hacer justicia como Él.
  La compasión de Jesús no es sólo afectiva, sino también efectiva. Al hacernos a todos hijos de Dios, Jesús nos hace “un solo hombre nuevo”, una nueva humanidad, donde la sangre del amor espiritual es más fuerte que la sangre familiar y racial, supera las barreras del egoísmo y del racismo. Porque no hay nada superior al título de hermanos en Cristo.
  Podemos decir a Jesús “Tenemos necesidad de ti, no de tus obras”.
  San Gregorio de Nisa (335-394) en una homilía dijo:
  “¿Dónde llevas a pastorear tu rebaño. Oh buen Pastor, que lo llevas todo entero a tus espaldas? Porque la raza humana entera es un único rebaño que tú has cargado sobre tus espaldas. Dime el lugar donde pacen, dame a conocer las aguas donde reposan, llévame a mí donde está la hierba crecida, llámame por mi nombre, para que yo, que soy oveja tuya, oiga y tu voz, y tu voz sea para mí la vida eterna.
  Sí, dímelo tú, a quien ama mi alma. Es así como te nombre, porque tu nombre está por encima de todo nombre, inexpresable e inaccesible a toda criatura dotada de razón. Pero este nombre, testigo de mis sentimientos hacia ti, expresa tu bondad. ¿Cómo no voy a amarte a ti, que me has amado primero, que me has amado cuando todavía era totalmente negra, hasta el punto de dar tu vida por las ovejas de las que eres pastor? No es posible imaginar amor más grande que el de quien ha dado la vida por mi salvación.
  Dime, pues, ¿Dónde llevas a pacer tu rebaño, que pueda yo encontrar el pasto de salvación, hartarme del alimento celestial del que todo hombre debe comer si quiere entrar en la vida, correr hacia ti, que eres la fuente, y beber a grandes sorbos el agua divina que tú mismo haces brotar para los que tienen sed. Esta agua se derrama de tu costado después que la lanza ha abierto en él una llaga, y cualquiera que la guste se convierte en fuente que mana hasta la vida eterna”.
  Termino con un soneto famoso de Lope de Vega (1562-1635):

  Pastor que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño;
tú, que hiciste cayado de ese leño
en que tiendes los brazos poderosos,

  vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño
y la palabra de seguirte empeño,
tus dulces silbos y tus pies hermosos.

  Oye, pastor, pues por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres;

  espera, pues, y escucha mis cuidados...
pero ¿cómo te digo que me esperes
si estás, para esperar, los pies clavados?
jvc


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