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Homilías

Domingo 11 de octubre de 2020

¿Cómo no aceptar?

Lecturas bíblicas extraídas de la Biblia Católica Latinoamericana; al final, la Homilía por el Padre Juan Vicente Catret SJ

Primera Lectura: Isaías 25, 6-10

El Señor de los Ejércitos está preparando para todos los pueblos, en este cerro, una comida con jugosos asados y buenos vinos, un banquete de carne y vinos escogidos. En este cerro quitará el velo de luto que cubría a todos los pueblos y la mortaja que envolvía a todas las naciones. Y destruirá para siempre a la Muerte.  El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros; devolverá la honra a su pueblo, y a toda la tierra, pues así lo ha dicho el Señor. Entonces dirán: «Este es, en verdad, nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; éste es el Señor, en quien confiábamos. Ahora estamos contentos y nos alegramos porque nos ha salvado; pues la mano del Señor se nota en este cerro.»" Palabra de Dios.

Salmo 22

El Señor es mi Pastor; nada me puede faltar (cantado)

Segunda Lectura: de la carta de San Pablo a los Filipenses (cap.4)

Hermanos: Yo sé pasar privaciones y vivir en la abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo momento: a estar satisfecho o hambriento, en la abundancia o en la escasez. Todo lo puedo en aquel que me fortalece. Sin embargo, hicieron bien en compartir mis pruebas.
Mi Dios, a su vez, proveerá a todas sus necesidades, según su inmensa riqueza en Cristo Jesús. Gloria a Dios, nuestro Padre, por los siglos de los siglos. Amén. Palabra de Dios.

Lectura del Evangelio de San Mateo (cap. 22)

En aquel tiempo, Jesús siguió hablándoles por medio de parábolas: «Aprendan algo del Reino de los Cielos. Un rey preparaba las bodas de su hijo, por lo que mandó a sus servidores a llamar a los invitados a la fiesta. Pero éstos no quisieron venir. De nuevo envió a otros servidores, con orden de decir a los invitados: He preparado un banquete, ya hice matar terneras y otros animales gordos y todo está a punto. Vengan, pues, a la fiesta de la boda. Pero ellos no hicieron caso, sino que se fueron, unos a sus campos y otros a sus negocios. Los demás tomaron a los servidores del rey, los maltrataron y los mataron. El rey se enojó y envió a sus tropas, que dieron muerte a aquellos asesinos e incendiaron su ciudad. Después dijo a sus servidores: El banquete de bodas sigue esperando, pero los que habían sido invitados no eran dignos. Vayan, pues, a las esquinas de las calles e inviten a la fiesta a todos los que encuentren. Los servidores salieron inmediatamente a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, de modo que la sala se llenó de invitados. Después entró el rey para conocer a los que estaban sentados a la mesa, y vio un hombre que no se había puesto el traje de fiesta. Le dijo: Amigo, ¿cómo es que has entrado sin traje de bodas? El hombre se quedó callado. Entonces el rey dijo a sus servidores: Atenlo de pies y manos y échenlo a las tinieblas de fuera. Allí será el llorar y el rechinar de dientes. Sepan que muchos son llamados, pero pocos son elegidos.» Palabra de Dios.

Homilía preparada por el Padre Juan Vicente Catret SJ, quien nos la envía desde Tokyo.

 ¡VENGAN A LA BODA!

  La liturgia de hoy nos presenta el Reino de Dios como una boda real y como un banquete regio. Jesús nos asegura en la parábola de hoy: “El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo”. Y nosotros sabemos que esa unión amorosa significa la que tuvo lugar entre Cristo y la humanidad. La encarnación del Hijo de Dios se perpetúa en el hombre Jesús resucitado y en todos los hombres: “Conmigo lo hicisteis”.

 

 El “Reino de Dios” no es algo lejano, sino que comienza en el tiempo y en la tierra. Por eso, cuando Dios dice: “Vengan a la boda. Tengo preparado el banquete”, nos invita ya ahora al festín moral y espiritual del cristianismo. La unión del alma con Cristo satisface profundamente la suprema hambre y sed del hombre.

 

  Según el profeta Isaías, en la primera lectura: “Preparará el Señor para todos los pueblos en este monte santo un festín de manjares suculentos, un festín de vino de solera...Aniquilará la muerte para siempre. Enjugará las lágrimas de todos los rostros”. El cielo es la ausencia de luto y la presencia de Dios como dicha infinita.

 

  Incomprensiblemente, los invitados de la parábola “no quisieron ir” al banquete de bodas. Y más incomprensiblemente aún, muchos hombres llamados al festín espiritual y moral del cristianismo, vuelven la espalda a Dios y a Jesús, desprecian el manjar divino del humanismo cristiano y hasta el Cuerpo y Sangre de Cristo.

 

  Jesús nos da tres tipos de contestatarios a la invitación del Reino de Dios temporal y eterno. “Uno se marchó a sus tierras”. Otro “se fue a sus negocios”. También hay hoy día muchos que ignoran el festín del Reino en su dimensión temporal y eterna, enfrascados en sus ocupaciones terrenas. Los demás “echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos”. Hoy día hay muchos hombres y mujeres que siguen oponiéndose a la invitación del Reino de Dios.

 

  Sin embargo, Dios es incansable en su llamada a todos y siempre. No se deja llevar del pesimismo ante la negativa de tantos: “vayan ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encuentren convídenlos a la boda”. Dios nos invita y nos manda invitar a otros “ahora” para participar en la unión de lo divino y lo humano.

 

  Finalmente, los criados “salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales”. Pero hay un hombre sorprendido sin el traje de fiesta. Es como si fuera a un funeral y no a una fiesta de bodas. Es el símbolo de esos cristianos que no llegan a creer que el Reino es un banquete nupcial, y se visten y ponen una cara como para un entierro. Es la imagen del creyente revestido de severidad, de austeridad, tristeza, silencio, mientras que sería necesario ponerse el traje de la alegría y de la esperanza. Un hombre incapaz de llevar al mundo la sonrisa de Dios.

 

  ¿Expresa nuestro rostro la alegría de los resucitados, de los invitados a celebrar la victoria de Cristo sobre la muerte, o más bien deja entrever el sufrimiento, la desesperanza o el aburrimiento?

 

  La alegría es una fuerza: un desafío. Es algo que prende al cristiano cuando celebra la eucaristía y le obliga a llevarla a un mundo sin paz y sin alegría. El cristiano no acapara la alegría para sí. Ni la encierra en el interior de la iglesia.

 

  El Papa San Gregorio Magno (540-604) en una homilía dijo:

 

       “Dichosos los invitados a las bodas del Cordero”

  El Padre ha celebrado, pues, las bodas del rey, su Hijo, cuando le ha unido la iglesia en el misterio de la encarnación. Y el seno de la Virgen María ha sido la alcoba de este Esposo...Muchos se olvidan de configurar sus vidas según este misterio...De todas formas, el Señor no dejará sitios vacíos en el banquete de las bodas de su Hijo rey. Enviará a buscar otros comensales, porque la Palabra de Dios, aunque desconocida todavía por muchos, encontrará un día dónde posarse. Pero ustedes, hermanos, que han entrado ya a la sala del banquete por gracia de Dios, es decir, están dentro de la Iglesia santa, examínense atentamente, no sea que al venir el rey encuentre algo que reprocharles en la vestidura de sus almas”.

 

  Termino con el soneto del poeta y religioso Jorge Blajot (1921-1992) titulado:            

 

No os olvidéis de la vida

 

  Cuando vengáis, no os olvidéis la vida,

mantenida caliente entre los brazos.

No seáis espectadores. A retazos

no la desparraméis por la avenida.

 

  Traedla tal cual es, vida vivida:

Doblegada de viento y de zarpazos

arañada; tiesa también con lazos

de paz, de amor, de júbilo prendida.

 

  Venid sin maquillar. Portad la duda,

el desencanto, el grito de protesta.

Vestíos de todo aquello que hoy se lleva.

 

  Pero llegue vuestra alma bien desnuda,

con hambre de banquete, ansia de fiesta,

de par en par abierta a vida nueva.

 

  j.v.c.


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Vamos a imaginar una curiosa entrevista. Vamos a entrevistar a un grano de trigo. “¿Usted se va a convertir en pan? "