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Homilías

DOMINGO 27 DE SEPTIEMBRE 2020

EL TERCER HIJO

Este domingo nos presenta la historia de Jesús de un hombre que tenía dos hijos y les mandó a trabajar a su viña. El primero dijo que no quería ir, pero luego se arrepintió y sí fue. El segundo dijo que iría, pero luego no fue. O sea que el primero va de un “no†a un “sí†y el segundo va de un “sí†a un “noâ€.

  ¿Cuál de los dos es mejor y más obediente? Por supuesto que el primero. Pero nosotros podemos pensar que hay un “tercer hijo” que es el mismo Jesús que siempre fue de un “sí” a un “sí”, siempre fue obediente a su Padre eterno. Jesús es el modelo para todos nosotros los cristianos, modelo de obediencia a todas las inspiraciones y sugerencias espirituales y práctica que nos vienen del Padre por medio del Espíritu Santo.

  El Cristianismo es la religión de las relaciones paterno-filiales entre Dios y los hombres. Dios Padre nos llama a colaborar con El en el cultivo de la viña familiar. La Iglesia y el mundo son la tarea que el Padre Dios confía a nuestras manos. Lo que importa es responder con la acción, aunque sea tras una negativa inicial. Jesús confirma esta verdadera y la falsa colaboración del hombre como repuesta a la llamada de Dios con el ejemplo de los “malos” convertidos y los “buenos” sin convertir. Para El son mejores los pecadores públicos y las mujeres públicas arrepentidas, que los santones de fachada sin contenido. “Les aseguro que los publicanos y las prostitutas les llevan ventaja en el camino del Reino de Dios, porque ustedes no creyeron a Juan, y en cambio ellos le creyeron”.

  Por eso, podemos decir que el cristianismo es la religión de los hechos, no de las apariencias; de realidad, no de palabras, siguiendo el modelo del “tercer hijo”, o sea de Jesús que siempre hizo la voluntad del Padre. El cristiano es el que sigue las huellas de su Hermano mayor Jesús, el Hijo siempre fiel del Padre. Recordemos siempre que el cristianismo es la religión de las relaciones filiales con Dios y fraternas con los hombres, de la respuesta a colaborar con el Padre en la viña de la historia.

  Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) (1891-1942) en una meditación escribió:

           Obedientes al Padre, siguiendo a Jesús

  ¡Que se haga su voluntad! En esto, ha consistido toda la vida del Salvador. Vino al mundo para cumplir la voluntad del Padre, no solo con el fin de expiar el pecado de desobediencia por su obediencia, sino también para reconducir a los hombres hacia su vocación en el camino de la obediencia. No se da a la voluntad de los seres creados ser libre por ser dueño de sí mismo. Está llamada a ponerse de acuerdo con la voluntad de Dios. Si acepta por libre sumisión, entonces se le ofrece también participar libremente en la culminación de la creación. Si se niega, la criatura libre pierde su libertad.

  La voluntad del Hombre todavía tiene libre albedrío, pero se deja reducir por las cosas de este mundo, que lo atraen y poseen en una dirección que la aleja de la plenitud de su naturaleza, como Dios manda, y que han abolido la meta que se ha fijado en su libertad original. Además de la libertad original, pierde la seguridad de su resolución. Se vuelve cambiante e indecisa, desgarrada por las dudas y los escrúpulos, o endurecida en su error. Frente a esto, no hay otro remedio que el camino de seguir a Cristo, el Hijo del hombre, que no solo obedecía directamente al Padre del cielo, sino que se sometió también a los hombres que representaban la voluntad del Padre. La obediencia tal como Dios quería nos libera de la esclavitud que nos causan las cosas creadas y nos devuelve la libertad. Así también el camino hacia la pureza de corazón. (Hasta aquí Edith Stein)

  Termino con la oración que es casi como una poesía del joven francés François d’Espiney, que murió a los 19 años en una escalada a un monte y que me parece muy apropiada para conseguir esa relación de obediencia a todas horas al Padre del cielo.  Reza como sigue:

  Padre, cuyo nombre es ternura.

Padre, cuyo nombre es juventud.

Padre, cuyo nombre es amor.

Padre, cuyo nombre es Padre.

Padre, cuyo nombre es Madre.

Padre, cuyo nombre es socorro.

Padre, cuyo nombre es caricia.

De nuevo Padre, cuyo nombre es ternura.

Padre que te llamas infinitamente bueno.

¡Oh Padre, a aquellos que con el pretexto

de que eres Tú eres “totalmente otro”,

no quieren que tu paternidad tenga conexión alguna con la nuestra,

y te hacen lo que ni ellos mismos quisieran ser:

una especie de juez terrible y de Faraón,

con palabras humanas, las únicas que tienen sabor a Dios,

concédeme, oh Padre, darles a conocer

tu verdadero nombre!

  j.v.c.

 

 

 

 


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