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Homilías

19 DE ENERO DOMINGO SEGUNDO DEL TIEMPO ORDINARIO

BUSCAR LAS HUELLAS DE JESÚS, desde Tokyo por el Padre Juan Vicente Catret S.J.

Empiezo recordando una historia preciosa. Una persona oyó que Jesús le concedía una gracia: vería siempre en la arena de la tierra que pisara las huellas de Jesús junto con las propias suyas. Caminaban juntos por la vida. Pero un día esa persona, precisamente un día que estaba muy triste, vio con pena que en la arena solo se veían las huellas de un par de pies, no cuatro de dos personas, sino solo de una persona. Y se quejó a Jesús: - ¿No dijiste que vería siempre tus huellas junto con las mías? ¿Cómo es que ahora solo veo las huellas de una sola persona?

 

Y Jesús repuso:

 

- Cuando ves solo las huellas de los dos pies de una sola persona, es porque entonces yo te llevo en brazos.

 

  O sea que nunca estamos solos. En los momentos difícles y trsites, Jesús nos lleva en brazos y no tenemos que temer.

 

  Pero lo nuestro es “buscar las huellas de Jesús” siempre a nuestro alrededor, en nuestro mundo en el que andamos a diario. Esa es nuestra “vocación”.

 

  Hoy en elvangelio, S. Juan Bautista nos dice que su vocación es dar testimonio de Jesús, que es “el Cordero que quita el pecado del mundo”. Es curioso que la palabra aramea para decir “cordero” es la misma que para decir “siervo”, o sea “talha”. Jesús es a la par el “siervo” y el “cordero” que se sacrifica para lavarnos de todo pecado. Nosotros como Juan Bautista tenemos la vocación de dar testimonio de Jesús, buscar sus huellas, que significa imitar sus actitutes para con el mundo: huellas de amor servicial, compasión, simpatía, comprensión, ayuda; alegrar, consolar, animar a todos. Para ello debemos imitar a Juan Bautista en su actitud de que “Jesús crezca y yo disminuya”. En vez de ser “egocéntrico”, ser “Cristocéntrico”. Par ello necesitamos hacer “experiencia” de Jesús, sentirle cerca, ver sus huellas a diario junto a las nuestras, en la oración y diálogo con él, trabajando con él en nuestra tarea. Y cuando solo vemos un par de huellas en las horas tristes, sentir que Él nos lleva en brazos...

 

   San Cirilo de Alejandría dijo:

 

                   “He aquí el Cordero de Dios”

 

  Un solo Cordero ha muerto por todos, aquel que guarda todo el rebaño de los hombres para su Dios y Padre, uno por todos para someter a todos a Dios, uno para todos para ganarlos a todos, para que finalmente todos los que viven, no vivan ya para ellos, sino para el que ha muerto y resucitado por ellos. En efecto, cuando todavía estábamos bajo el pecado y sujetos a la muerte y la corrupción, el Padre entregó a su Hijo para nuestra redención, Él solo por todos, ya que todo está en Él y Él es más que todos. Uno solo ha muerto por todos, para que todos, para que todos vivan gracias a él.

 

  Así como la muerte golpeó al Cordero, inmolado por todos, así la muerte nos ha dejado en libertad gracias a Él. Todos estábamos en Cristo muerto y resucitado por posotros y a causa de nosotros. Verdaderamente, una vez destruído el pecado, ¿cómo no iba a ser destruida también la muerte que viene del pecado? Muerta la raíz, ¿cómo podía conservarse el fruto? Muerto el pecado, qué razón quedaba para que muriésemos todos? De modo que podemos decir con gozo, respecto a la muerte del Cordero: Muerte, ¿dónde está tu victoria? Muerte, ¿dónde está tu aguijón?

 

  j.v.c.


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