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Homilías

LA MISERICORDIA DE DIOS

15 DE SEPTIEMBRE: DOMINGO 24 DEL TIEMPO ORDINARIO

Las tres lecturas de este domingo nos hablan de “la misericordia de Diosâ€.

 En la primera lectura del Éxodo, Moisés intercede ante Dios por el pueblo que se ha hecho un becerro de oro como imagen de Dios, y Dios lo perdona en su infinita misericordia.

  En la segunda lectura, S. Pablo en su carta a Timoteo, nos recuerda que “Jesucristo vino al mundo a salvar a todos los pecadores”. Y en la tercera lectura, en el evangelio de Lucas, con tres parábolas de la misericordia del Señor, Jesús nos habla del mismo modo: la parábola de la oveja perdida, la parábola de la mujer que tenía 10 monedas de plata y perdió una y barrió a fondo su casa hasta encontrarla, y finalmente la parábola cumbre del hijo pródigo, si bien esta última parábola no se lee este domingo.

  La misericordia de Dios es su debilidad. Y en las tres parábolas observamos el contraste entre “alejamiento” y “búsqueda”. La búsqueda apasionada de Dios por amor al hombre.

  San Ambrosio de Milán (340-397) comentando el evangelio de Lucas dice:

 

              DIOS BUSCA AL HOMBRE EXTRAVIADO

 Puesto que la debilidad de los hombres no sabe mantener un camino firme en este mundo resbaladizo, el buen Médico enseña los remedios contra el extravío, y el Juez misericordioso de ninguna manera rechaza la esperanza del perdón. Por ese motivo, san Lucas ha propuesto las tres parábolas siguientes: la oveja que que se había extraviado y que fue hallada, la moneda de plata que se había perdido y se encontró, y el hijo que se daba por muerto y que recobró la vida. Todo ello es para que este triple remedio nos impulse a curar nuestras heridas. La oveja cansada es devuelta al redil por el pastor; la moneda extraviada es hallada; el hijo emprende el camino y regresa a su padre arrepentido de su extravío.

  Alegrémonos, pues, de que esta oveja que se extravió en Adán sea levantada por Cristo. Las espaldas de Cristo son los brazos de la cruz; en ella he dejado mis pecados. Esta oveja es única en su naturaleza, pero no en su persona, como todos nosotros formamos un solo cuerpo pero somos muchos miembros. Por eso está escrito: Sois el cuerpo de Cristo. El Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que estaba perdido, es decir, a todos los hombres, puesto que si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida”.

  Termino con un soneto de Juan de Contreras y López de Ayala (1893-1978) titulado:

               Yo he sentido, Señor, tu voz amante

 

  Yo he sentido, Señor, tu voz amante

en el misterio de las noches bellas,

y en el suave temblor de las estrellas

la armonía gocé de tu semblante.

 

  No me llegó tu acento amenazante

entre el fragor de trueno y de centellas,

¡al ánima llamaron tus querellas

como el tenue vagido de un infante!

 

  ¿Por qué no obedecí cuando le oía?

¿Quién me hizo abandonar tu franca vía

y hundirme en las tinieblas del vacío?

 

  Haz, mi dulce Señor, que en la serena

noche vuelva a escuchar tu cantilena;

¡ya no seré cobarde, Padre mío!

 

  j.v.c.

 


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