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Homilías

24 DE MARZO: DOMINGO TERCERO DE CUARESMA

LA PACIENCIA DE DIOS, desde Tokyo por el P. Juan Vicente Catret S.J.

Este domingo tercero de Cuaresma se centra en la paciencia de Dios con los pecadores. Jesús en el Evangelio lo muestra con una parábola contradictoria: la del hombre que tenía una higuera plantada en una viña, y que fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró... Manda, pues, el dueño cortar la higuera infructuosa, pero el jornalero encargado del campo le dice: “Espera un año. Yo cavaré alrededor del árbol, lo abonaré, y si al año que viene no da fruto, entonces corta la higueraâ€. Y al año siguiente, este jornalero, que representa a Jesucristo nuestro Salvador, volverá a decir lo mismo con paciencia, a la espera de que demos frutos de conversión. Sí, un evangelio muy apropiado para la Cuaresma.

Esa paciencia de Dios resalta ya en la primera lectura del Éxodo, cuando se nos narra que Dios ha sido paciente en Egipto, viendo la opresión a la que su Pueblo escogido ha sido sometido, y quiere liberarlo, sacarlo de allí.

 

  San Pablo, en la segunda lectura, nos recuerda que el Pueblo liberado de Egipto, bebía del agua de la roca espiritual que les sostenía y que esa roca era Cristo. Sí, en Cristo hemos sido bautizados, y Él nos alimenta con su maná o pan celestial de la Eucaristía y nos da a beber su “agua viva”, su sangre también en la Eucaristía.

 

  Dios entra en nuestras vidas con una liberadora compasión. De modo que la conversión no es tanto encontrar a Dios sino “ser encontrados por Dios que nos espera”, que nos da siempre una segunda oportunidad. Confiemos en Jesús nuestro intercesor y Redentor, pidámosle paciencia para con este mundo pecador, que no nos domine el deseo de venganza, sino el de trabajar por un mundo de más justicia, más paz, compasión y amor.

 

  San Cipriano (200-258) en su tratado “de la virtud de la paciencia” dice:

 

                     Imitar la paciencia de Dios

 

  “¡Qué grande es la paciencia de Dios! Lo vemos actuar con una paciencia sin igual tanto con los culpables como con los inocentes, con los fieles como con los impíos, con los que son agradecidos como con los que son ingratos. Para todos ellos los tiempos obedecen a las órdenes de Dios, los elementos se ponen a su servicio: los vientos soplan, las fuentes manan, las cosechas crecen en abundancia, el racimo madura, los árboles rebosan de frutos, los bosques verdean y los prados se cubren de flores. Aunque tiene el poder de vengarse, prefiere esperar pacientemente largo tiempo y diferir, con bondad, para que, si es posible, con el tiempo se atenúe la malicia y el hombre retorne de nuevo a Dios, según lo que Él mismo nos dice en estos términos: No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta de su conducta y viva. Y también: Convertíos al Señor Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad. Ahora bien, Jesús nos dice: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Con estas palabras nos enseña que, hijos de Dios y regenerados por el nuevo macimiento celestial, alcanzaremos la cumbre de la perfección cuando la paciencia de Dios Padre resida en nosotros y la semejanza divina, perdida por el pecado de Adán, se manifieste y brille en nuestros actos. ¡Qué gloria ser semejantes a Dios!; ¡qué dicha tener esta virtud digna de las alabanzas divinas!”

 

  Termino con la poesía del malagueño Emilio Prados (1899-1962) titulada:

 

                              CANCIÓN

 

No es lo que está roto, no,

el agua que el vaso tiene:

lo que está roto es el vaso,

y el agua al suelo se vierte.

 

No es lo que está roto, no,

la luz que sujeta al día:

lo que está roto es el tiempo,

y en la sombra se desliza.

 

No es lo que está roto, no,

la sangre que te levanta:

lo que está roto es tu cuerpo,

y en el sueño te derramas.

 

  No es lo que está roto, no,

la capa del pensamiento:

lo que está roto es la idea

que la lleva a lo soberbio.

 

  No es lo que está roto Dios,

ni el campo que Él ha creado,

lo que está roto es el hombre

que no ve a Dios en su campo.

 


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