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Homilías

26 DE AGOSTO: DOMINGO 21 DEL TIEMPO ORDINARIO

RENOVAR NUESTRA ELECCIÓN

Este domingo nos presenta el final del capítulo 6 del Evangelio de San Juan, con la preciosa “elección†de San Pedro, cuando Jesús les dijo a los Doce apóstoles: “¿También ustedes quieren irse?â€...Pedro le contestó: “¿Señor, a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna: nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo consagrado por Diosâ€.

          

  Esa es la elección de Pedro. Se llama también “el Magnificat de Pedro”. Y es porque, imitando a la Virgen María, alaba y reconoce a Jesús como a su Dios y Señor.

  Pues, esa elección de Pedro, nos está invitando a renovar nuestra elección. No de un lugar, sino de una persona: de Jesucristo nuestro Señor y Redentor.

  En la primera lectura, como un eco lejano, cuando Josué dijo al Pueblo: “Escoged a quién servir”...Y el Pueblo respondió: “¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios”. Encontramos, pues, una elección del único Dios verdadero.

  Santa Catalina de Siena (1347-1380) en su libro Kephas I (p.23-24) escribió: 

  “¿Vosotros también queréis marcharos?”

  Yo os escribo en su preciosa sangre con el deseo de que veáis a los verdaderos servidores de Jesús crucificado, constantes y perseverantes hasta la muerte, para que recibáis la corona de gloria, que no se da al que comienza solamente, sino al que persevera hasta el fin. Quiero, por tanto, que os apliquéis a correr con celo por el camino de la verdad, esforzaos siempre en avanzar de virtud en virtud. No avanzar es retroceder, pues el alma no puede jamás estar quieta. Y ¿cómo podremos nosotros, muy queridos hijos, aumentar el fuego en el santo deseo? Poniendo la leña en el fuego. Pero ¿qué fuego? El recuerdo de los numerosos e infinitos favores de Dios, que son innombrables, y sobre todo el recuerdo de la sangre vertida por el Verbo, su Hijo único, para mostrarnos a nosotros el amor inefable que Dios nos tiene; recordando nosotros este favor y tantos otros, veremos aumentar nuestro amor”.

  Y San Pío de Pietrelcina (1887-1968) en su Epistolario 3, 980, escribió:

                 Tú tienes palabras de vida eterna

  Ten paciencia y persevera en la práctica de la meditación. Al principio conténtate con avanzar a pasos pequeños. Más adelante tendrás piernas que no desearán sino correr; mejor aún, alas para volar. Conténtate con obedecer. No es nunca fácil, pero es a Dios a quien hemos escogido. Acepta ser una pequeña abeja en el nido de la colmena; muy pronto llegarás a ser una de esas grandes obreras hábiles para la fabricación de la miel. Permanece siempre delante de Dios y de los hombres, humilde en el amor, Entonces el Señor te hablará en verdad y te enriquecerá con sus dones.

  Las abejas, al atravesar los prados, recorren grandes distancias antes de llegar a las flores que han escogido; seguidamente, fatigadas pero satisfechas y cargadas de polen, vuelven a entrar en la colmena para realizar allí la transformación silenciosa pero fecunda del néctar de las flores en néctar de vida. Haz tú lo mismo: después de escuchar la Palabra, meditada atentamente, examina los diversos elementos que contiene, busca su significado profundo. Entonces se te hará clara y luminosa, tendrá el poder de transformar tus inclinaciones naturales en una pura elevación del espíritu, y tu corazón estará cada vez más estechamente unido al corazón de Cristo”.

  Termino con un precioso soneto del Padre José Luis Martín Descalzo (1930-1991), ya conocido, pero muy a propósito hoy con la confesión de Pedro.

Se titula:                      

 Fe

  En medio de la sombra y de la herida

me preguntan si creo en Ti. Y digo

que tengo todo cuando estoy contigo:

el sol, la luz, la paz, el bien, la vida.

  Sin Ti, el sol es luz descolorida.

Sin Ti, la paz es un cruel castigo.

Sin Ti, no hay bien ni corazón amigo.

Sin Ti, la vida es muerte repetida.

  Contigo el sol es luz enamorada,

y contigo la paz es paz florida.

Contigo el bien es casa reposada,

  y contigo la vida es sangre ardida.

Pues, si me faltas Tú, no tengo nada:

ni sol, ni luz, ni paz, ni bien, ni vida.                   j.v.c.


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